Un hábito que tiene cinco siglos

¿Cuánto habría que dejar?

¿En qué proporciones?

 Propínas en el mundo

 

La propina, esa costumbre que despierta dudas. Los argentinos dan el 10%; los turistas elevan el porcentaje

Si por casualidad usted está ahora sentado a la mesa de un bar y acaba de pedir la cuenta, quizá la lectura de este artículo le resulte oportuna, sobre todo si no pensaba dejarle propina al mozo.
Si esto mismo le sucediera en Escocia, nadie pensaría que tiene un cocodrilo en el bolsillo por no dejar un porcentaje adicional a la cifra indicada en el ticket. Allí la propina se abolió en 1760. Pero si vive en Buenos Aires, aunque el mozo no va a reprochárselo ni va a tirarle el café encima, al menos sepa que habrá violado una convención que ya cumplió cinco siglos. Muchas veces le habrá asaltado la duda a la hora de abrir la billetera. "¿Le doy o no le doy? ¿Cuánto? ¿El 10 o el 15 por ciento? ¿Y si se enoja? O bien, ¿por qué pagar más del valor establecido si se supone que la atención personalizada está incluida en el servicio?" En principio, no hay respuesta definitiva porque en estas tierras -a diferencia de países como Francia o los Estados Unidos, que la incluyen en el ticket- no es obligación dejar propina.
De hecho, una recorrida por algunos rubros de la ciudad permite inferir que los porteños son más bien amarretes, y que si dan una gratificación, ésta nunca supera el diez por ciento del precio final. Pero aunque su existencia está contemplada en el artículo 113 de la nueva ley de contrato de trabajo y algunos convenios colectivos la prohíben, en la Argentina hay cerca de una docena de oficios que prácticamente viven de ella. Mucamas de hotel, mozos, maleteros; motoqueros; el cadete que entrega el pedido del supermercado; la manicura; el chico de la entrega a domicilio que en medio de una tormenta llega con la pizza caliente; el portero del edificio, cuando llega fin de año; el croupier del casino y hasta la peluquera del barrio, entre otros, le agradecerán con una sonrisa enorme ese billetito bien doblado que usted colocará con disimulo en el bolsillo de su uniforme.
Se cree que esta humana costumbre se practica desde tiempos de la antigua Roma. Pero la teoría más aceptada sostiene que se arraigó en la Inglaterra del siglo XVI, cuando en las cafeterías colocaban urnas donde los clientes iban introduciendo de antemano las monedas. Si el monto de la gratificación está relacionado con la calidad del servicio. ¿Qué duda cabe? Pero en Buenos Aires depende de otras variables: los turnos (día o noche); la lluvia; si hay partido de fútbol y si el lugar está o no dentro del circuito turístico, pues ahí la cifra sube, ya que se percibe en dólares o euros.

El valor de la buena onda

"Lo tengo comprobado: cuando vengo con cara de culo, no saco ni un peso", dice Natalia M., que desde hace diez años trabaja en una pizzería de Las Cañitas. "Cobro un básico de 340 pesos. Si falto, no importa que me descuenten. Más me duelen los 60 pesos que ese día pierdo de propina", agrega, y muestra una jarra de vidrio donde hay bollitos de billetes que luego repartirá con otra moza.
"Si trabajás de noche, ganás más porque la gente come más: al mediodía hay menú fijo y no dejan más de un peso. Hace una semana, unos ingleses consumieron por 56 pesos y me dejaron 22 de propina", aclara, y desliza que los más "agarrados" son los turistas franceses y los italianos. La mayoría de los consultados coincide en que los más desprendidos son los estadounidenses. Suelen dejar hasta el 20 por ciento. "En la época de Alfonsín, un millonario dueño de un equipo de polo me llamó a su habitación. Parecía salido de la serie Dallas", recuerda Fernando Penachino, con quince años de conserje en el hotel Alvear. "Me dio 500 dólares por haber atendido bien a sus amigos." Esos gestos no se repiten seguido.
Según los empleados del hotel (que reciben hasta 5 dólares por llevar las valijas a la habitación en un carrito) los extranjeros se avivaron y ahora dan propinas devaluadas.
El último derroche lo hizo este verano un acaudalado argentino que vive en el interior del país: partió un fin de semana a Punta del Este y dejó las valijas en el guardaequipajes del Alvear, pero cuando llegó a Uruguay advirtió que adentro había dejado la billetera. Llamó desde el hotel Conrad (donde se hospedaba) para solicitarle al conserje del Alvear que abriera la valija, buscara la billetera y se tomara un avión. El conserje pasó un día de playa con todo pago, incluida la noche en el Conrad más 300 dólares extras por la "molestia".
"En Manhattan la cobran hasta los taxistas -explica Mike Farrell, un neoyorquino que está de paseo por Buenos Aires-. Te suelen tratar muy mal si no redondeás para arriba la tarifa. Si el viaje sale más de 10 dólares, le das el 15% o más, si te ayuda a bajar las bolsas de las compras", agrega el rubio turista.

Cuestión de etiqueta

Para más datos, y por si ya decidió cuánto dejará antes de levantarse de la mesa, el salario básico de un mozo es de 700 pesos y el de un maletero, 800. La propina, en algunos casos, cobra otra dimensión.
"La última ley de contrato de trabajo la prevé dentro del capítulo de la remuneración", explica Omar Pistritto, abogado laboralista del estudio de Diego y Asociados. "En la actualidad, el CCT 362/2003 firmado entre la Unión de Trabajadores Hoteleros y Gastronómicos de la Argentina y la Asociación de Hoteles de Turismo prohíbe su percepción y reconoce un adicional a cargo del empleador que lo fijó en un porcentaje del salario básico y como tal adquiere naturaleza remuneratoria", concluye el letrado.
El tema ocupa extensos capítulos en las guías de viaje, ya que en países como Japón o Noruega resulta ofensiva. No así en Egipto o Grecia, o en la Argentina, donde felizmente todavía es casi una cuestión de etiqueta.
Por Marina Gambier - De la Redacción de LA NACION - Domingo 17 de abril de 2005

Respecto, a los servicios de mesa: Declaran ilegal el cobro del servicio de mesa si los comensales no lo piden.